La convivencia entre personas no es siempre un asunto sencillo. Malentendidos, expectativas incumplidas y beneficios propios hacen de las suyas para que eso de las relaciones personales, en ocasiones, se convierta en un verdadero infierno. Podríamos decir que cuando estos conflictos tienen una vertiente bidireccional, las posibilidades de salir airoso de la coyuntura se sitúan alrededor de un 50 %.
Sin embargo, si por el contrario hay una de las partes que controla la totalidad de los escenarios, las opciones de no perderlo todo en el intento se reducen drásticamente. Si además, se suman a la ecuación variables como la reiteración de los hechos, el foco en un individuo y el subsiguiente malestar de este, la mezcla puede resultar en una bomba de relojería cuya cuenta atrás no sabemos cuándo puede terminar.
Y, a pesar de que cada vez haya más obras que se aventuren a contar este tipo de panoramas, el protagonista de estas líneas es PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge, el título más reciente de Patrones & Escondites que nos regala una destacable historia sobre el acoso escolar cargada de originalidad.
No es piña todo lo que reluce
Cuando este tipo de desigualdad de poder se prolonga a lo largo del tiempo, cada víctima puede actuar de infinidad de maneras distintas para intentar poner remedio a su malestar. En el caso de PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge, y como bien se indica en el propio título, nuestro protagonista encuentra en la venganza la respuesta a sus plegarias para combatir a su acosadora (y también la de otros).
Para ello, se dispone de la mejor arma creada en base a la observación sistemática: la información. Esta se materializa en un cuaderno que hace las veces de diario de la víctima, en el que se van actualizando datos de La Bruja a medida que van pasando los días, consiguiendo más y mejores notas sobre rutinas, gustos y pecados varios. Pudiendo consultarlas siempre que queramos, la función de los apuntes no es otra que la de proporcionarnos y almacenar conocimiento para usarlo en contra de la acosadora y, por ende, acercarnos a nuestro cometido.
PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge se distribuye en una suerte de niveles en forma de jugarretas en las que ponemos a prueba nuestro ingenio a la hora de dejar piñas en varios entornos cercanos a La Bruja. Así, recorremos un número nada desdeñable de localizaciones que se distribuyen a lo largo y ancho de la ciudad, entre las cuales encontramos desde la escuela, con el vestuario o la biblioteca, hasta otros lugares de la localidad, con el cine o el parque de atracciones, sin olvidar la casa de la antagonista de la historia.
Estos sitios cobran vida a causa de la cuidada presentación que se hace de cada malintencionado plan, puesto que se mezclan escenas animadas con una suerte de minijuegos en los que donde ponemos el ojo ponemos la piña. De este modo, consigue hacernos no solo partícipes sino responsables de cada pensamiento tropical, con un nivel tal de obsesión que incluso el protagonista de la historia termina llevando a cabo actos ilegales –como, por ejemplo, replicar la combinación del coche de La Bruja o suplantar la identidad de su primo–.
Más vale piña en mano que ciento volando
A pesar de que cualquier tipo de acoso nunca es motivo de risa, el humor es una pieza clave en PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge. Usado como un lenguaje directo y evocador, las dosis de comedia son una constante, aun cuando en muchas ocasiones nos embriaga un sufrimiento que no sabemos muy bien de dónde viene, pero nos hace pensar que algo en la situación está fuera de lugar.
Sin ir más lejos, al acabar cada escenario ganamos unas cuantas monedas en la divisa del juego, NSD, que parecen una recompensa tras cada jugarreta. Sin embargo, todo cobra sentido cuando se desvela el significado al finalizar el juego. Algo que, lejos de dejarnos indiferentes, logra poner el broche de oro a una experiencia que disfraza un crudo panorama con tintes de comedia para seguir captando nuestra atención hasta el último momento.
Pero la verdad es que mantener el interés en PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge no resulta nada complicado. Solo hay que echar un vistazo a las ilustraciones del juego para darse cuenta de su estilo artístico tan carismático, como si fuera un cómic, para intentar acercarnos a una realidad que sucede con (mucha) más frecuencia de lo que creemos. Unas ilustraciones que, dicho sea de paso, están realizadas de manera tradicional, a mano, siendo posteriormente digitalizadas.
Asimismo, la parte visual y auditiva van de la mano, no quedándose atrás esta última. Aparte de los efectos de sonido que nos envuelven en cada lugar, después de cada piña entregada también hay espacio para unos segundos musicales. En ellos, los secuaces de la acosadora le dedican unas líneas mediante un pegadizo estribillo exponiendo sus pensamientos y emociones ante la respuesta apiñada que controlamos día tras día, semana tras semana y mes tras mes.
Devuélveme la piña que me la has robao’
Una de las piezas fundamentales para acabar con cualquier tipo de acoso son los observadores del conflicto. Unos individuos que, si bien no participan directamente en la acción, son conocedores de lo que pasa y no dejan de ser cómplices de un problema que puede irse de las manos con facilidad. Por eso, PINEAPPLE: A Bittersweet Revenge nos obliga a mirar a los ojos de una fruta tropical con gafas de sol para que, a través de unos cristales tintados, seamos testigos de la oscura situación que viven muchísimos menores alrededor de todo el mundo.
Pese a que todo el juego es un constante goteo de sensibilización hacia el acoso, es al terminarlo cuando se nos muestran explícitamente las consecuencias del abuso desde una perspectiva que roza lo absurdo en un afán de demostrar que la ruta “genopiña” no lleva a ninguna parte. Una reflexión que logra su cometido gracias a unas escenas en formato sketch que resultan llamativas y cercanas a partes iguales, influyendo en la persona a los mandos.
Este análisis ha sido realizado gracias a una clave digital de PC facilitada por Patrones & Escondites.