Neva

Donde todo el mundo ve géneros, la gente de Nomada Studio aprecia colores. Y lo que para todos es una lista con un par de decenas de entradas, tal vez, para él es un único punto rojo. Se trata siempre de adquirir poder, de protagonizar enfrentamientos, de competir para vencer. Un rival, un problema, qué más da. No sé de qué color es Neva, pero desde luego no tiene nada que ver con eso; el estudio barcelonés va por otro camino, el que empezó a descubrir con GRIS, y está algunos pasos por delante. Lo bastante como para no distinguir entre diseño e inteligencia emocional y hablarnos de todo eso.

Neva es una experiencia especial, probablemente superior, desde su concepción. En su origen hay una inquietud, un mensaje, la voluntad de transmitir; no un público o un mercado, ni una moda, ni siquiera una mecánica. Una sensación —la de sentirse uno pequeño, humilde— sirve para construir una historia sin palabras, para dar forma a una alegoría preciosa que llega a todas partes. Una historia en la que descubrimos cómo evoluciona el vínculo inquebrantable entre una joven su lobezna en un mundo en decadencia.

El vínculo se crea y se mantiene con la misma fuerza. Existe para eso. Absolutamente todo simboliza algo y aporta una parte de la metáfora. El flujo, tema recurrente, está ahí porque forma parte de lo que Neva describe. La exploración sólo tiene sentido en un momento y solo en ese aparece. El canto, precioso, es en realidad una actitud.

Un viaje por las grandes etapas de la vida

De forma contenida, como si nos susurrara el viento o nos cantara una invisible ave extraña y exótica, Neva se desarrolla entre el asombro continuo por su belleza y la sencillez incontenible de sus formas. Elipsis admirables que hacen sentir el paso del tiempo con una poderosa elegancia encumbran el relato transformándolo en una metáfora acerca de la vida, allí donde todo nace, vive, buscando el sentido a la existencia en sí misma y culminando con un fin ineludible.

El sonido de la naturaleza, calmada y violenta, hermosa y aterradora, es la música de fondo de una historia que crece a cada plano utilizando los elementos narrativos más esenciales, aquellos que nos conforman como seres humanos capaces de amar y de entregar nuestras vidas a aquellos que amamos. Y también de cómo pueden hacerlo con la misma pasión y fuerza cada animal, cada caña de bambú y cada hoja arrastrada por el vendaval como una sinfonía donde la humanidad pareciera no estar solo conformada por nosotros: de cómo el amor y el perdón no son cualidades exclusivas de la humanidad.

La corrupción y la naturaleza

Más allá de la posible justicia de unos premios cada vez más viciados, al menos para el que escribe, Neva es la confirmación de muchas cosas. En primer lugar, el triunfo de una filosofía que parecía destinada a desaparecer. 

Si nos amparamos en la idiosincrasia cinematográfica del trabajo de Studio Ghibli, este resulta muy particular, y sin duda parece contraria a las formas de producción de casi cualquier estudio de animación internacional. El mimo y la dedicación que sus trabajadores imprimen a las obras, que nace de la oposición directa de los fundadores del estudio a la forma de producción de anime que impone Osamu Tezuka, permite que sus proyectos se dilaten en grandes espacios de tiempo.

Evidentemente, en la producción de cualquier obra que se precie, tardar varios años es un sueño para casi cualquier realizador. Pero los tiempos, que decíamos al inicio, son frenéticos, y Nómada Studio ha tenido la suerte de que su tiempo no estaba sujeto del todo a las condiciones habituales. El grado de implicación con un proyecto que debía ser reflexivo y necesitaba madurar hizo de Neva una idea total, una fábula completa sólo a la altura de los genios honestos.

El proceso de crecimiento de la historia, que vino, volvió y se paseó, sirvió para otra de sus confirmaciones: menos es más. Porque Neva, a pesar de su profundidad, se basta de 3-4 horas para hablar sobre el ser humano, la naturaleza, la familia o el ciclo de la vida. Y sin ninguna palabra. Muda.

Dicho de otra manera. Neva es una propuesta que mira hacia el medio ambiente. Ese medio ambiente que nos toca cada día y con el que vivimos en equilibrio. El ciclo vital se repite: los pájaros se comen a los insectos. Los insectos se comen a los pájaros muertos. Levantamos nuestras casas, que serán derribadas por la fuerza del viento. Los unos dependemos de los otros. Una mirada, la de Nomada Studio que no difiere de la mostrada por Miyazaki en La princesa Mononoke,  y en la que, además, de la misma manera que el Studio Ghibli, se integran diferentes elementos fantásticos de una forma sorprendente.

La aparición de ponzoñosas criaturas que cambian el devenir de la obra, puntúa sin duda uno de los momentos más trágicos y más bellos de la misma. Porque, ¿qué es la muerte sino una parte más de nuestra propia existencia? La muerte como puerta de entrada a la vida.

Un canto de amor a la naturaleza

La sencilla pero espectacular belleza de Neva, más allá de todas las interpretaciones que caben en la historia, también reside en un espectacular apartado artístico, que acentúa las emociones que el videojuego suscita. Unida a las imágenes, la ambientación sonora de Berlinist amplifica en todos los aspectos una experiencia que se hace única a través de la contemplación, la única mirada que esta obra admite.

A través de una naturaleza abrumadora que se vuelve protagonista por encima de los diferentes elementos que se asoman durante la película, el estudio que protagoniza estas líneas se sirve de unos magníficos fondos que cubre toda la pantalla y ningunean, nunca en el mal sentido de la palabra, a los seres que aparecen en ella.

Neva es una flor en un desierto falto de oasis. Es una experiencia sobre todo lo que de verdad importa, sobre lo único que importa. Una ineludible cita con la retrospección, un espejo para reflexionar, hacer balance y, tal vez, mejorar. Un significante absurdamente bonito esperando el significado que le dará cada uno.

Este análisis ha sido realizado gracias a una clave digital de PC facilitada por Cosmocover.

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