Cookie Clicker

No hay mejor retrato de lo que somos, de todo cuanto nos rodea, que ese germen que irradia todos nuestros antivalores. Todos queremos algo, sin importar nuestra posición económica o social. Porque como decimos de dientes hacia afuera, nos sentimos expertos en el ventajismo, disfrazado de éxito o superación, que es el filtro que borra pasados inconfesables. Es algo que transporta los genes del egoísmo, del interés personal, haciéndolos ver como necesarios, inevitables e incluso loables, si, dejados de lados los medios, se glorifican los fines. 

Por eso me apunté al programa Cookie Clicker, un apoyo al emprendedor para hacer galletas, porque soy un animal depredador y oportunista, alguien culturalmente condicionado y con la certeza de que cruzaré el umbral ético para tomar las oportunidades privilegiando mis intereses, siendo indiferente a las consecuencias que producirá en otras personas, así como en nuestro entorno natural.

El secreto está en la masa

Así que con un poco de harina, manteca, huevos y otras sustancias alimenticias, decidí poner las manos en la masa a golpe de clic. No necesitaba otra cosa. Porque si algo ha cambiado en el mundo que nos rodea, no importa lo que sea, es que vivimos en una sociedad regida por la inmediatez y las grandes cantidades de información. La planificación ha perdido su sentido. Y pese a que a día de hoy haya industrias de todos los tamaños capaces de producir galletas de diferentes variedades, sabores, tipos y rellenos, hay tantos consumidores que ciertamente existe una oportunidad para poder abrirme paso y dar una mordida en este mercado tan voraz. 

En primer lugar, me apropié del conocimiento y expectativas de las personas mayores, puesto que no por ser un dicho popular, es menos cierto que conforme cumplimos años vamos acumulando experiencias que nos hacen ser más sabios. Dicha apropiación no se podía hacer de cualquier manera, no tenía porqué convertirse en las batallitas del abuelo, pero sí que aprendí de donde salía cada ingrediente y lo que cuesta realmente cada uno de ellos. Y con lo que cuesta no quiero decir el precio, sino que era consciente del sol que recibió, el agua que necesitaba y el gran valor de vida que contenía en su interior. En otras palabras, es la magia de la vida en nuestras manos, esas que amasan el día.

Una cosa llevó a la otra y gracias al hecho de salir en medios de comunicación para aumentar mi visibilidad, comencé a saciar los antojos de comer algo rico más allá de los confines del universo y el espacio-tiempo. Mis preparaciones eran saludables y aromáticas, conquistaron el paladar de cualquiera con su sabor. Sean de mantequilla, chocolate, rellenas, con pasas, de avena, había tantos sabores y combinaciones posibles que todo el mundo se rendía a ellas. Mis galletas eran las favoritas de niños y adultos por su textura, sabor, porque podían combinarlas con lo que más querían, porque les llenaban de gusto. El programa Cookie Clicker estaba dando sus frutos.

La rueda capitalista

Por desgracia, como todo lo que ocurre en la vida, uno se acostumbra a ver esta con la ausencia de alegría y placer. Nos pasa como la rana, vamos perdiendo la iniciativa de brincar y salir del agua hirviendo y prosperar. Con las manos en la masa, caí lentamente en la monotonía debido a la repetición de secuencias muy cortas y repetitivas. La rutina se volvió mentalmente agotadora, pero no podía romperla así como así. Hacerlo significaba perder todo lo que había ganado, pero no hacerlo conllevaba caer en una especie de sueño lúcido que me llevaba por una espiral de locura y terror con el fin de mostrar que el final es tan solo el comienzo para algo nuevo.

Es en este horizonte, en este plus de certeza alojado en un futuro sin escapatoria, que el discurso capitalista de Cookie Clicker marchaba hacia la ecuación extraer-producir-consumir. Al final, me he convertido en otro engranaje que conforma la rueda capitalista, aunque quizá nunca he dejado de serlo.

Este análisis ha sido realizado gracias a una copia digital de PC facilitada por Jesús Fabre.

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