Cada vez hay más personas que quieren aprender a desarrollar videojuegos, en cualquiera de sus principales áreas, que son muchas, pues, desde un punto de vista lucrativo, se ha convertido en un gigante económico que mueve miles de millones de euros al año. Tanto es así que hacer videojuegos, irónicamente, ya no es un juego. Si bien, desarrollar esta disciplina como forma de arte, como el último gran medio de expresión artística, es un camino complicado en el que se pueden presentar muchas dificultades, desde aspectos críticos como las mecánicas de juego hasta errores de diseño que perjudican la experiencia del usuario.
Sea como fuere, todos los que amamos este mundillo, antes o después, hemos manifestado cierto interés por dedicarnos al mismo, de hacer realidad nuestra visión de una aventura en la que se desarrollaban. Una de esas plataformas capaces de hacer tangible lo intangible es un programa bastante conocido: RPG Maker, una aplicación que cumple la ilusión de poder materializar todos esos mundos de fantasía que teníamos en mente desde hace años, dado que se trata de un editor sumamente intuitivo. Empero, Divided Reigns es algo más que el enésimo retazo compuesto de árboles, casas y poblados; es la materialización de un sueño entre la realidad y la fantasía.
Creación y legado de un género fantástico
Hay un puñado de motivos por los que Final Fantasy es una saga con muchísimo reconocimiento, pues siempre ha gozado de popularidad. Y puede que a día de hoy más que nunca, ya que hace tabula rasa con cada entrega en pos de ofrecernos nuevas historias, nuevos personajes y nuevos mundos que priorizan los valores sobre la belleza exterior. Es una franquicia que consiguió abrazar la globalización, que tendió la mano a Occidente y que, mediante una extraordinaria combinación de elementos, capturó como pocas obras de arte el espíritu del subgénero que nos ocupa.
La saga de Square-Enix nos ha dejado un legado que es mucho mayor, más vigente y más duradero que cualquier otra franquicia. Y Divided Reigns nos retrotrae a los mejores tiempos de la franquicia, cuando esta manifestaba un debate sobre el régimen corporativista, el ecologismo y desigualdad, el sentido de la vida… En este caso, la obra desarrollada por Andrew Ryan Henke y Adam Dover nos ofrece una carta demoledoramente crítica hacia el belicismo, expresando su inquietud ante las crecientes tensiones perceptibles en un marco medieval, y presentando como elementos ineludibles de la realidad humana los sangrientos horrores de la guerra.
Ese horizonte se esboza detrás de cada esquina, muy próximo al presente. Y nuestro protagonista, Ailfred, deja claras sus influencias en pos de marcar la diferencia mediante un carácter que quizá es demasiado idealista. Porque a pesar de que suene a fábula antibelicista, que lo es, lo cierto es que el argumento apuesta por sensibilizar al mundo de dichos males. Males que también se cobran a víctimas de actos racistas y xenófobos a lo largo de la aventura, y que nos impiden ser mejores personas. Es lo que conocemos como delito de odio, un acto motivado por el prejuicio hacia un grupo de personas.
Batallas por turnos, nuevas posibilidades
Cuando el entorno es una amenaza constante, como si un peligro acechara, Divided Reigns muestra sus mejores cartas. Y lo hace mientras recorremos un mundo abierto que nos permite explorar cada rincón de un enorme escenario compuesto de ciudades y mazmorras que a pesar de aportar su grano de arena son, valga la redundancia, el escenario perfecto para ofrecernos 30 años de apreciación retrospectiva. Viajamos a través del tiempo, a los años 90, cuando el rol japonés raramente buscaba alternativas al combate por turnos que, durante años, ha mantenido sus hábitos con el paso del tiempo.
Es más que evidente que todos tenemos capacidades que son positivas y otras que probablemente no lo son tanto. Y precisamente es por eso que tenemos que aceptarlas, ya que eso supone algo más profundo que comprender y podremos asimilar de una forma más objetiva que se trata de algo natural. Divided Reigns valora nuestras fortalezas y debilidades mediante un sistema de combate que responde a las debilidades y resistencias de los enemigos, y que están relacionadas con las armas. Hay varios tipos de daño, físicos y elementales, y dependiendo de las armas que tengamos equipadas, podremos infligir diferentes tipos de daño.
La expresión ensayo y error, también conocida como prueba y error, es un método en el que todo se reduce a experimentar, fracasar y seguir intentándolo. Y la obra que nos ocupa es un estudiante que hace bien sus deberes en ese aspecto. Trata de evitar la sensación de angustia y ansiedad en el fragor de cada combate, ya que, sin conocimientos previos sobre el uso y manejo de las armas, es imposible que pongamos a prueba nuestra efectividad. En pocas palabras, es una obra que invita a usar la cabeza antes de subirse a una moto desbocada.
Una renovación guiada por la mejor tradición del JRPG
Hay un dicho que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mas la nostalgia es un arma peligrosa que, en las manos menos capaces, puede ensalzar demasiado el pasado, adornándolo, puliéndolo y dándole un esplendor que nunca tuvo con una sonrisa en la cara. En otras palabras, vivir en el pasado, haciendo caso omiso de lo que pasará en el futuro, es una forma de no brindar nuevas perspectivas. Por suerte, Divided Reigns mira al futuro, vive el presente que es su causa, pero sin olvidar el pasado.
No olvida sus raíces, las abraza a base de corazón gracias a una experiencia desafiante para el jugador desde el primer minuto, al mismo tiempo que anhela nuevas oportunidades que pertenecen a itinerarios accesibles para todos los que nos embarcamos en esta fantasía antibélica que sirve a su propósito.
Este análisis ha sido realizado gracias a una copia digital facilitada por Nostalgia Addict Games