The Legend of Zelda ha conseguido convertirse, por méritos propios, en una de las franquicias más rentables de la industria del videojuego. Muchos dedicamos las últimas décadas a explorar océanos, mazmorras y toda clase de escenarios, conociendo un gran número de personajes y luchando contra una gran variedad de enemigos en un mundo bautizado como Hyrule. Pero no importa cuanto cambie la historia, su esencia sigue siendo la misma, manteniendo los elementos principales de toda la serie, desde un héroe llamado Link hasta un villano representado por Ganondorf.
Una obra menos conocida dentro de la compañía nipona es EarthBound (Mother para los amigos pertenecientes al país del sol naciente), uno de esos ejemplos que trascienden en el medio a pesar de no tener éxito comercial, puesto que nos ofreció una visión renovada de las relaciones interpersonales, y sobre todo de los lazos familiares, en los que se presentan experiencias de la vida con las que muchísimas personas han podido verse reflejadas. Dicho de otra manera, el juego de marras, innovador en tantas cosas, presenta un imaginario asociable a un fragmento de nuestra realidad.
Porque para entender lo que es Eastward, juego que protagoniza estas líneas, primero había que ceñirse a la importancia de los títulos antes nombrados.
Pista apocalíptica con una mezcla de elementos orquestales
Al fin y al cabo, el juego desarrollado por la gente de Pixpil, un estudio con sede en Shanghai, no solo es una muestra de lo que puede hacer la industria china y que no hace más que acrecentar el interés por las próximas producciones que puedan llevar a cabo, sino que también es una aventura que recuerda fuertemente a los The Legend of Zelda y RPG de antaño, especialmente por su planteamiento jugable, basado en recorrer “mazmorras”. También porque se han tomado muy en serio la narrativa, cuya premisa se dibuja ante nosotros por medio de un futuro distópico.
A este respecto, los primeros compases de Eastward acontecen en un poblado bajo tierra en el que sus habitantes intentan sobrevivir a toda costa, dado que a causa de una sustancia tóxica que hay en la superficie, vivir es algo que podría considerarse como impracticable. Si bien, la premisa del juego ya nos adelanta que nada es lo que parece y que el viaje al mundo exterior es inevitable. Así pues, y unidos en la adversidad, John, un estoico minero barbudo de pocas palabras, y Sam, una niña extrovertida de larga melena blanca, ostentan un papel activo. En este caso, a través de una historia que reverbera muchos de los elementos característicos que utiliza Studio Ghibli en sus películas.
Por ejemplo, el rol que ocupa la mujer, el rol femenino, en los largometrajes pertinentes. Sam dista de ser una niña normal y corriente, de hecho, es cariñosa y bondadosa, pero también es fuerte, valiente y utópica. Y al incidir en la feminidad como elemento clave en el desempeño personal y profesional, Easward pone de relieve la impronta que su identidad puede y debe dejar a lo largo de su viaje, por encima de su probada competencia. Un viaje aferrado al guión que también pone de manifiesto la importancia de la naturaleza, ya que su forma de retratarla no se subordina a las personas ni a los personajes más allá de su seguridad urbanizada. Tanto es así que esta imagen de naturaleza pura abriéndose camino está presente en muchos de los lugares que visitamos en el juego.
Una aventura china con esencia nipona
Esa esencia a Studio Ghibli también se compenetra en la belleza de su pixel-art de vista isométrica, el cual llama la atención desde el minuto uno, nada más ver cómo se desenvuelve la introducción animada hecha a mano. De la misma manera, las animaciones de los personajes, sus expresiones faciales, tienen un carisma tremendo, y cada captura de pantalla que podamos realizar podría adornar perfectamente cualquier fondo de escritorio. En otras palabras, Eastward tiene muchas ambiciones, incluso en la elaboración de los escenarios y su imaginería, que presentan una serie de ambientes que se deben por completo al hierro oxidado, a la suciedad, mientras que otros representan un ejemplo en el contraste, con colores mucho más vívidos.
Eastward no siente limitada su capacidad para cautivar, pues las apariencias y la imagen que construyen ganan la partida por goleada. Y aunque sus mecánicas duales amparadas en el combate, las cuales recuerdan, por supuesto, a las aventuras protagonizadas por Link, así como la resolución de “rompecabezas”, están algo cuarteadas, consigue dejar un buen poso gracias a lo ya nombrado y ese afán por querer meternos de lleno en su mundo. Un mundo recargado en detalles, con un evidente amor al cine de Hayao Miyazaki, que hay que saborear con calma y que ayuda a crear lazos.
Este análisis ha sido realizado gracias a una copia digital de PC facilitada por Honest PR.