En las obras de ficción existen muchísimos ejemplos de amenazas que ponen en peligro la supervivencia de la especie. Desde crisis, podríamos decir, médicas hasta invasiones alienígenas, cualquier organismo desconocido puede suponer un punto y aparte en eso que llamamos evolución. Y aunque estemos hablando de situaciones que parecen inverosímiles, no hemos de olvidar el colapso que se produjo hace unos años a causa de la pandemia ni el número de especies animales que se extinguen cada año.
Minar cualquier tipo de población supone, a su vez, poner en jaque su estructura social y las responsabilidades que ayudan a que todo siga su curso de la mejor manera posible. Por eso, cuando alguien se queda solo ante el peligro, siendo el único representante de su naturaleza, caben dos opciones: dejarse llevar por la nada o intentar sobreponerse a ella.
En el caso de Nimbusfall, el título de GodziPixel, optamos por la sacrificada opción de no rendirse y luchamos contra el ejército de una Luna llena (de odio) que, a pesar de tener una sonrisa en la cara, no es de fiar.
Un duro ascenso lunar
Con esta situación, una de las más adversas que podamos imaginar, es como da comienzo Nimbusfall. Sin demasiada carta de presentación, ni falta que hace, nos lanzamos a un ascenso galáctico en pos de llegar hasta cierto satélite relacionado con las mareas que ha convertido nuestra existencia en una tortura.
Dicho ascenso consiste en una sucesión de enemigos individuales en forma de jefes con propiedades únicas en su especie. Empezando por los diseños y peculiaridades pixeladas, cada jefe es distinto del anterior, aportando una gran variedad visual al juego. Si, además, sumamos que nuestro personaje es poco más que un puñado de píxeles de color negro, el contraste y su consiguiente indefensión en combate quedan más que patentes.
Pero como en tantos otros ámbitos, en Nimbusfall el tamaño no importa. Vernos pequeños puede asustar, pero nunca debemos de dejar de confiar en nuestra habilidad a los mandos y en la increíble capacidad de aprendizaje que tenemos. Porque los jefes se mueven y atacan mediante una serie de patrones determinados que van variando en función de la dificultad, pero también del momento del combate en el que nos encontramos.
Esto es, cuando golpe tras golpe logramos reducir su vitalidad a menos de la mitad, la defensa de los contrincantes aumenta en forma de una mayor rapidez en los ataques o de sumar golpes a los combos preestablecidos. Esto nos obliga a adaptarnos rápidamente nivel tras nivel y a no perder la concentración en unos enfrentamientos técnicos y meditados.
Como la mejor herramienta de ataque en este tipo de ambientes, las armas son las únicas aliadas en Nimbusfall. Cada una hace gala de un carácter singular en lo que a respecta a ataque, defensa y velocidad, unas estadísticas que se suman a un un diseño que va desde la clásica espada, el hacha o dagas hasta un mísero palo. Y es solo a través de los éxitos y fracasos que aprendemos a ajustar cada movimiento. Pero si no logramos hacernos con el arma ideal, en el paso entre jefes existe la posibilidad de cambiarla, a pesar de que sea cuestión de azar y de que algunas veces dicho cambio se torne en exigencia.
Adaptación universa
Una de las ventajas de Nimbusfall es que se convierte en una aventura que pretende llegar a todo tipo de público gracias a su variedad de niveles de dificultad. Desde ir con lo puesto y una única vida, sin poder de regeneración de ningún tipo, hasta contar con la nada desdeñable cantidad de 10 resurrecciones, cada persona elige la partida que se ajusta más a su objetivo y a su experiencia entre todo el abanico de posibilidades.
Aun así, el número de contrincantes a derrotar en cada partida difiere en función del modo de dificultad –fácil, normal, difícil y de locos–, algo que nos aboca a armarnos de paciencia si queremos llegar a pisotear a la malvada Luna que se ha llevado por delante nuestra cordura. Sin embargo, no siempre nos encontramos a los mismos jefes, ya que estos suelen ir rotando, de manera que es frecuente conocer nuevos enemigos en cada partida, sobre todo en los modos más asequibles.
Pero independientemente el desafío que elijamos, en cada nivel hay dos tipos de logros: uno por haber vencido al jefe y otro por haberlo derribado sin sufrir ningún daño. Como consecuencia, incluso en el modo fácil también se puede poner a prueba la pericia evitando que nuestra barra de vitalidad se vea afectada. Y a pesar de que este último es un desafío optativo, no dejará de hacer las delicias de aquellos amantes de una vertiente tan exigente como es la no hit.
También es recomendable cierta dosis de estrategia para llegar hasta la Luna. Principalmente, porque una vez presionamos el botón de cualquier acción, esta se ha completar, no pudiendo, por ejemplo, detener un ataque pulsando el botón de salto o esquive. A causa de ello, parte de la estrategia reside en no precipitarnos más de la cuenta e invertir el tiempo necesario en calcular cuándo debemos atacar y cuándo no. Solo así dominaremos el arte boss rush de Nimbusfall.
Desafíos a la luz de la Luna
Con un envoltorio sencillo pero efectivo, Nimbusfall se las ingenia para entretenernos a lo largo de sus decenas de niveles en una experiencia que podemos adaptar a nuestro estilo de juego. Ofrece la posibilidad, incluso, de disfrutar de los desafíos en compañía –o de poner en juego la firmeza de cualquier relación–, gracias a un modo cooperativo, para que las penas luneras sean menos penas.
De paso, no solo consigue divertirnos, sino que Nimbusfall nos muestra que siempre hay que seguir avanzando por muy adversa que sea una situación. Porque el fracaso forma parte del camino y nunca hay que rendirse en eso de darle su merecido a un satélite malvado.
Este análisis ha sido realizado gracias a una copia digital en Nintendo Switch facilitada por DevilishGames.