Nobody Nowhere

Nadie duda de que la humanidad ha logrado desarrollar en los últimos siglos, en una aceleración casi exponencial, una serie de tecnologías que para el hombre de hace 500, mil y 3 mil años atrás habrían sido difíciles de imaginar. Viene a la mente la famosa frase del escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke: «Una tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». 

Nuestra tecnología en la actualidad es capaz de extender nuestros sentidos de tal manera que podemos ver en la profundidad del cosmos, comunicarnos instantáneamente a miles de kilómetros de distancia y computar información más rápido de lo que podemos pensar. Pronto, fantasean nuestros líderes en materia de ciencia y tecnología, podremos descargar nuestro cerebro –el equivalente a nuestra alma en esta era– a un soporte material para existir para siempre dentro de una máquina o como máquina que se sabe (post)humana.  

En este indetenible progreso tecnológico, que podemos ver como el triunfo de la racionalidad y la exteriorización de la mente en la naturaleza (pero no la interiorización de naturaleza o el cosmos en la mente) es posible que hayamos dado preferencia a un cierto aspecto de nuestra capacidad, posiblemente el pensamiento lógico-racional –propio de un paradigma materialista, y hayamos descuidado otras facultades que no podemos decir si son más importantes o menos, simplemente que seguramente nos habrían llevado por otro camino, hacia otros resultados, en nuestro perenne impulso natural de crecer.

Con más o menos acierto, el cine, la literatura y los videojuegos han creado, con los años, un retrato muy bien definido de lo que nuestra cultura entiende todo este proceso. Abordando el tema desde diversos puntos de vista, muchas obras han conformado el imaginario colectivo sobre qué esperar del avance de la tecnología del deep learning actual. Videojuegos como Nobody Nowhere, una propuesta que apunta su cámara siempre a los personajes, a sus miedos, aspiraciones y creencias.

La conciencia individual

Consigue siempre darte una pequeña dosis de información que te anima a armar el puzle en tu cabeza, en vez de darlo todo mascado. Si quiere hablarte de la Inteligencia Artificial y cómo esta gestiona la sociedad, no te da una explicación digna de Wikipedia y la pone en boca de un personaje. Te hace preguntarte qué piensas ante la frialdad y precisión de una máquina o la cercanía y volatilidad humana. Eso es la ciencia-ficción. Al menos, la buena.

Si me centro tanto en la historia es porque Nobody Nowhere es cien por cien historia, más allá de algunas fases de hackeo que presentan mecánicas híbridas amparadas en la lógica y la acción más arcade. Aunque no lo parezca por sus imágenes, es prácticamente una novela visual, solo que abandona el clásico plano estático en primera persona para construir un escenario tridimensional con personajes 2D que podemos navegar en perspectiva horizontal. El desarrollo es similar, por ejemplo, al visto en juegos como A Space for the Unbound

Aunque nos movemos con control directo del personaje, se le une una mecánica heredada del point and click para poder explorar algunos objetos y abrir opciones de diálogo, pero lo cierto es que son muy pocas las veces que la usa el juego para actos concretos y, en cierto modo, el juego no anima del todo a pararte a buscar sus hotspots por el escenario.

¿Y los personajes? No solo son interesantes, sino que además son abundantes. Nobody Nowhere consigue crear un verdadero micro-universo lleno de momentos cotidianos, con personajes que sueñan con ovejas eléctricas y que tienen sus propias opiniones y perspectivas. Lo interesante aquí es que consigue su propósito: humanizar a unos seres que quieren ser personas reales, pero la prueba de la realidad es una imagen fotográfica, una identidad construida. Ésta es una forma de ver la posmodernidad: un debate sobre la realidad.

La apoteosis de lo humano

Al final del todo, Nobody Nowhere es una obra muy filosófica. Se le nota. Cuando menos te lo esperas, sienta a sus personajes para establecer un debate moral sobre la situación del mundo que los rodea, la justificación de las acciones o la responsabilidad individual. Hasta se le escapa el famoso dilema del tranvía en cierta ocasión.

Hace bien, porque su mundo es una ametralladora de ideas que arroja a la cara del jugador y no se detiene en ningún momento, haciendo lo que debe hacer una obra del género: reflexionar al jugador; trasladar los temas que se presentan en este universo de ficción a nuestro propio mundo para tener una idea más clara de nuestros principios y valores.

Este análisis ha sido realizado gracias a una clave digital de PC facilitada por PressEngine.

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