La televisión formó parte del imaginario colectivo de la sociedad desde mucho antes de convertirse en una realidad. Avances tecnológicos como el telégrafo o el teléfono llevaron a muchos inventores a especular con la posibilidad de construir un aparato que pudiera transmitir imágenes. Pero el sueño de la televisión no consistía únicamente en ver hechos lejanos mientras estos suceden. El consumo de ficciones a través de este aparato futuro formó parte de esas ideas previas desde su concepción más primigenia y series como “I Love Lucy” (Te quiero, Lucy) sentaron un precedente; un arte para el consumo de masas, por su producción, por su técnica y por su elaboración, pero, sobre todo, por su diversidad.
Una comedia de situación (sitcom) que en su formato original duró seis temporadas, si bien, en cuatro de ellas fue el programa más visto de la televisión estadounidense. De hecho, nunca llegó a conocer el declive, dado que el último episodio se emitió cuando la serie todavía ocupaba el número uno en las listas de audiencia, hazaña que sólo repetirían un par de series cómicas más. Y no solo eso; la gente no parecía cansarse, con reposiciones que empezaron a repetirse con regularidad, así como una popularidad que se extendió a otros países del mundo, entre ellos España.
El espectáculo debe continuar
Todas esas reposiciones terminaron por enriquecer a Lucille Ball y Desi Arnaz, un matrimonio mixto entre una mujer blanca y un hispano que, amparado en un formato breve de no más de 30 minutos por capítulo, vivían toda clase de situaciones disparatadas y diálogos ingeniosos y divertidos. Si bien, la importancia de «I Love Lucy» iba mucho más allá de que hiciera reír al público. Es todo un retrato sociopolítico de época del típico hogar norteamericano de la postguerra que sirve para comprobar cómo funciona el núcleo de la sociedad norteamericana y sus elementos.
Y aunque se trata de un programa que cambió la historia de la televisión, también estuvo rodeado de mucha polémica. Por esta razón, y por muchas otras, existe “Ser los Ricardo” (Being the Ricardos por estos lares), una visión reveladora acerca de esta pareja tan particular. Ambos encarnados por unos fantásticos Javier Bardem y Nicole Kidman, dos actores camaleónicos que a lo largo de sus carreras nos han mostrado infinidad de looks, desde asesinos despiadados hasta personajes dramáticos que cargan con todo el peso de la historia.
Y en la obra que nos ocupa, interpretan al escandaloso matrimonio antes nombrado. El primero, por mostrar esa viva imagen del sueño americano de un inmigrante cubano que llegó a Estados Unidos sin dinero y sin apenas hablar el idioma, pero que se sacrificó al máximo por triunfar, mientras que la segunda consigue representar a esa mujer pionera y visionaria, la cual rompió el estereotipo del ama de casa televisiva antes de que este existiera.
El lado más oscuro de Hollywood: la caza de brujas
Uno de los periodos más aciagos de la historia del cine está directamente relacionado con el desafortunadamente conocido senador Joseph McCarthy, ya que fue el principal promotor de una implacable campaña contra el comunismo en defensa de los valores americanos. Durante sus años de mandato, que van desde la década de los 40 hasta los 50, se llevó a cabo una persecución a todo aquel que no demostrara lealtad absoluta al gobierno norteamericano. Tanto es así que sin pruebas y sin juicio previo, se vulneraron los derechos de muchas personas acusadas de simpatizar o pertenecer al Partido Comunista.
Por supuesto, la industria cinematográfica de Hollywood tampoco escapaba de esta caza de brujas, persiguiendo a algunos de los guionistas, directores y actores más destacados de la época. Algunos se vieron obligados a emigrar a Europa para proseguir sus carreras, mientras que otros fueron tachados por sus ideas políticas y luego condenados al ostracismo. A este respecto, “Ser los Ricardo”, que se desarrolla durante una semana concreta de la producción de la exitosa serie, muestra esta suerte de resonancia mundial por medio de un desarrollo que cambiaría por completo “I Love Lucy” y el matrimonio entre ambos protagonistas.
Un desarrollo en el que se ven envueltos en un círculo vicioso sobre infidelidades, además de situarnos en el escándalo de afiliación comunista de Lucille allá por el año 1953. Dentro del contexto de la historia, podríamos decir que esta última fue sometida a acusaciones reales y ficticias, lo cual llevó a una investigación, incluido un interrogatorio por parte de un comité encargado de erradicar el comunismo de los Estados Unidos. Dicho de otra manera, la película de marras puso de manifiesto la necesidad y existencia de un código moral, el carácter sagrado de la institución del matrimonio y del hogar, al mismo tiempo que se nos muestra los trastos de basura que evidencia la podredumbre y corrupción en que siempre ha vivido la Meca del cine.
Hollywood y los trastornos sexuales de la sociedad estadounidense
Al final, “Ser los Ricardo”, más que un modesto biopic plagado de entrevistas documentales que se ambienta en los Estados Unidos de mediados del siglo XX, es una denuncia sobre cómo la censura dominó el cine desde los años 30 hasta finales de los 60. El sexo era pecado, el divorcio inadmisible, la intimidad no debía ser mostrada y la violencia debía ser modulada por lo bajo.
Mucho de lo que ocurrió por aquel entonces es algo que podemos ver en la cinta dirigida por Aaron Sorkin, un drama que se ha abierto paso de forma silenciosa en el streaming y que rompe con los clichés del género mediante diálogos audaces, réplicas ingeniosas y toques inteligentes de comedia.
Esta reseña ha sido realizada gracias a una suscripción de Prime Video.