Las historias de miedo españolas siempre han sido importantes por estos lares, aunque las malas lenguas se empeñen en decir lo contrario, así que la idea de prolongar la mofa y la burla debería carecer de sentido. Y si no que se lo digan a películas como Veronica, una obra que va más allá de la construcción y modulación de los arquetipos del género en el que se basa, y los hechos reales en los que se inspira la misma. Es una que, por medio de la muerte a ritmo de oujia, homenajea las distintas variantes de situaciones de casas encantadas así como las posesiones demoníacas en plena época de Héroes del Silencio.
Desde los primeros momentos, Veronica es una obra que vive de las situaciones cotidianas para dar salida a los malestares vivenciados, esos que se sufren, pero que no se analizan ni cuestionan porque no se consideran importantes. Pero más adelante, la decadencia inexplicable, el allanamiento paranormal, llama a la puerta y el carrusel del terror se hace con la casa para poner sus miras en los miedos arquetípicos de sus protagonistas, convirtiendo la vida de la familia en un infierno.
Si bien, la película dirigida por Paco Plaza es algo más que una película de terror al uso. Es también un llamamiento a la soledad del individuo, la imposibilidad de comunicarnos con la familia, y la necesidad imperiosa de madurar forzosamente para satisfacer, a la vez, las necesidades de aquellos que nos rodean, por muy egoístas que sean. Veronica representa algunos de los problemas más frecuentes a los que se enfrenta el ser humano, ya que está desprovista de las aportaciones de una infancia ruborosa y de una juventud cándida sin amistades.
Se encuentra sola y debe hacer frente a los fantasmas del ayer y el presente, algo por lo que no debería pasar nadie.