A menudo puede ser un género complicado de ubicar, y pese a que el debate sobre qué constituye todavía sigue abriéndose camino, lo cierto es que los roguelike, un tipo de propuesta que parte de un algoritmo que va creando un puñado de escenarios de manera que nunca sepamos qué enemigos vamos a enfrentar, han alcanzado una popularidad masiva con el paso de los años. Una popularidad que parece no vislumbrar un final a corto plazo. Tanto es así que el éxito de juegos como The Binding of Isaac ha dado paso algunos de los más grandes fenómenos recientes en la industria, como Dead Cells y Hades en última instancia.
Sin embargo, a medida que la riqueza de los roguelike ha seguido deleitando a aficionados de todas partes del mundo, son muchos los estudios independientes apasionados por el género que quieren encontrar una nueva propuesta que destaque en el inundado panorama actual. Si bien, títulos como este Into the Emberlands todavía siguen la senda de otros juegos de este estilo, una experiencia en la que confluye la muerte, la generación procedural de los escenarios y algunos elementos de RPG. Una experiencia en la que jugamos como el Portaluz en un mundo amenazado por un misterioso miasma.
El miasma y la luz purificadora
Si vamos a construir un argumento de fantasía, el mundo imaginario que elaboremos habrá de estar regido por la lógica, la coherencia y la verosimilitud. En este tipo de argumentos, interpretamos lo desconocido a partir de lo que conocemos. Tratamos cuestiones relacionadas con la esfera de lo sobrenatural, es decir, fenómenos, criaturas… que en realidad no podrían darse ni haberse dado. Trabajamos con excepciones, y, en consecuencia, incidimos en lo que sea diferente al mundo real.
Con una jugabilidad centrada en explorar un mundo en continua expansión lleno de aventuras y grandes sorpresas, Into the Emberlands nos propone sumergirnos en un escenario que puede parecer injusto y cruel, pues hay situaciones inevitables que pueden llevarnos a la muerte…. Pero también hay pequeños retazos de esperanza que son el resultado de la actividad o pasividad de alguien. Al final, lo que diferencia a ambas es nuestra capacidad y decisión de actuar o no.
En otras palabras, es un ejercicio que podríamos catalogar como un deporte extremo, dado que es necesario tomar muchas precauciones y ser conscientes de nuestras propias habilidades para adaptarnos al medio, y nunca al revés. Y la obra que protagoniza estas líneas se mantiene fiel a esta suerte de riesgo, puesto que llegar hasta el fondo del asunto con el fin de obtener algo, supone enfrentarse a toda clase de peligros. Tanto es así que todas las zonas están llenas de trampas que nos obligan a ir con pies de plomo en nuestra misión de recuperar a los knacks perdidos y conseguir recursos para reconstruir y expandir la aldea.
El portador de la luz
Porque la forma más justa de definir este Into the Emberlands como la parte más injusta de la vida. La muerte nunca llega a destiempo, los reintentos pueden ser una constante y tampoco olvida sus raíces. Es la misma experiencia que podemos disfrutar en muchos otros roguelike, aunque de forma algo más dulce que otros de sus contendientes.
Entre praderas y montañas, en el corazón del universo, reina la intrascendencia, la vaciedad existencial, la falta de valores, la profunda insatisfacción… Al borde del abismo más absoluto, y con muy pocos anclajes que nos aporten seguridad, Into the Emberlands nos invita, a través de diferentes dioramas, a afrontar esa pieza en bucle que versa sobre la destrucción y la reconstrucción de las cosas. A este respecto, frenando su ejecución para salir de este, sin iteraciones adicionales.
En otras palabras, nos invita a hacer un llamamiento que nos remueve por dentro, a no apartar la mirada y a mover nuestros corazones para darle sentido a nuestra existencia, por muy injusta que esta sea.
Estas impresiones han sido realizadas gracias a una clave digital de PC facilitada por PressEngine.