Una de las cosas que más premia un visionado precoz es el riesgo de revisitar algo que disfrutaste a cierta edad y que te sigue gustando tanto o más que en aquel momento. Evidentemente, no pasa a menudo, y más de una vez ver de nuevo aquella serie o peli que tanto disfrutabas de enano se convierte en un producto mediocre o incluso malo.
Pero cuando funciona bajo tus nuevos modelos de criterio -mi caso eterno con El Señor de los Anillos de aquí a esta parte-, volver a ver es volver a disfrutar, volver a sentir lo mismo que la primera vez que te pusiste delante de aquella pantalla e incluso cosas nuevas. Aunque sí lo he hecho a menudo en películas que se han convertido en mis favoritas, pocas veces he vuelto a ver una serie, tengo que reconocerlo. Menos incluso he visto algún producto de televisión más de dos o tres veces. Y, sin embargo, he visto muchísimas veces Slam Dunk.
La pasión por el deporte
Takehiko Inoue tuvo una idea mientras disfrutaba del baloncesto: ¿por qué no crear una obra que plasmara a la perfección la vida de un joven que quería convertirse en una estrella del básquet con el fin de conquistar a una chica? Tenía los dos ingredientes principales para hacerlo: experiencia en dicho deporte y una pasión exacerbada para dibujar. Es esa pasión, más que el sentido común, la que cambia el mundo. Por ende, el mensaje puede ser también una de las posibles razones por las que Slam Dunk gusta tanto.
Con todo esto, el producto que protagoniza estas líneas es de sobra conocido en los tiempos que corren, convirtiéndose en una saga que continúa siendo objeto de alabanzas casi 30 años después. Algo curioso, cuanto menos, puesto que, en el Japón de entonces, el baloncesto no era un deporte tan importante como el béisbol. Para ser francos, aún era un campo menor sin explotar. En la sociedad actual, sobrecargada de información, la probabilidad de acierto podría haberse juzgado como “baja” tras una investigación preliminar de mercadeo.
No obstante, el trabajo del artista japonés plantea dicotomías y reflexiones mucho más profundas de lo que podríamos esperar respecto a una serie de estas características y con su supuesto tipo de público. Además, sabe combinar la intensidad y la emoción dentro del campo con los diálogos y las historias de sus personajes fuera de él, algo que hacen de maravilla ya que cada uno tiene su propia personalidad, su pasado y una manera de jugar y de ver el baloncesto de una forma diferente a la del resto.
Un sentimiento de camaradería, de hermandad
Porque ¿quién no puede identificarse con esos perfiles tan identificables? El base que se sirve de su velocidad y su dribling para crear situaciones de tiro, el escolta especializado en el triple que aprovecha el tiro tras bloqueo, la estrella que rara vez pasa y resulta determinante en sus acciones, el jugador que hace el trabajo sucio en la pista y el pívot dominante que ancla la defensa.
Todos son culpables de que el sudor nos salpique, de que notemos el calor del aliento y el cuerpo en movimiento. Como espectadores, no tenemos más remedio que ver los partidos conteniendo la respiración y observando la acción con nuestros propios ojos. En Slam Dunk, la multidimensionalidad está sumamente conseguida, y las motivaciones de muchos de los personajes que podemos identificar tienen cierto halo de profundidad, en comparación a los artificios simplistas de otras en la construcción de algunos de sus personajes.
Tanto es así que rompe con los tropos de un género y realiza una encomiable labor de representación. El sentimiento de camaradería, de hermandad, es palpable durante todo el desarrollo de la historia. Esta evolución no es fortuita, no sucede de un momento a otro. Es como una melodía cuya fuerza va in crescendo, alcanzando cotas máximas al final de la partitura. Una balanza en completo equilibrio. Donde TODO el equipo del Shohoku aprenden los unos de los otros y son mejores cuando están juntos. Que, a fin de cuentas, de eso tratan las relaciones de verdad.
La personalidad de los equipos
Slam Dunk también brilla presentando a los rivales que nuestro protagonista tiene que vencer. Haciéndolo siempre desde la empatía, tomándose el tiempo para desarrollar justo lo que necesitamos para comprender sus motivaciones. Llegando a ser personajes tan nobles y carismáticos como el mismo Hanamichi.
Dándole una capa más interesante a la rivalidad, desde el respeto y orgullo, no desde el odio o la venganza. Presentando personajes que nos agradan y que deseamos volver a ver. Sembrando semillas y promesas, como Akira Sendoh y Shinichi Maki, quiénes tras un par de partidos, sendo(h)s personajes (espero que sepan perdonar el chiste) nos hacen desear un posible regreso y enfrentamiento contra el Sohoku.
Una obra de arte tanto en animación como en intensidad
Otro de los grandes fuertes de la serie, y que conecta con todo lo anterior, son sus partidos, y no solo por ser un spokon y por tratarse de baloncesto. Existe un plus, y es que los diferentes encuentros que se llevan a cabo resultan “dramáticos” en el sentido técnico de la palabra. Aun siendo Hanamichi un “genio” del básquet, teniendo el guion y el poder de ser el protagonista, no sabemos exactamente cuál será el resultado de cada partido, lo que habla bastante bien de la estructura dramática de los mismos y la inmersión que logra el espectador, además del trabajo de escritura en general.
Incluso al intuir lo que sucederá y que esto es un spokon, bastantes sorpresas esperan a lo largo de los enfrentamientos, porque los personajes se relacionan en el fragor de la competición, Hanamichi demuestra los resultados de su entrenamiento, se ve en aprietos y soluciona conflictos. Cada pelea tiene en sí misma un gran peso, una importancia particular, ya sea dada por su contrincante, por el estado de su protagonista o el de su entorno.
Dicho de otra forma, intenta demostrar que en un deporte de equipo no es importante uno solo, la típica estrella que arregla todo por sí mismo, sino que es necesario que todo el plantel esté unido y sean una piña para llegar lejos, cooperar entre ellos para crear unos lazos para que después en el campo puedan vencer a cualquier equipo, por muy fuerte que parezcan. Una filosofía que la verdad encaja perfectamente con el baloncesto por la versatilidad que este ofrece, hay muchos tipos de jugadores, cada uno con su rol (defensivo u ofensivo), un montón de estrategias, muchas maneras de atacar o defender.
Más allá del deporte y los triunfos
Al final, Slam Dunk es un anime cautivante (en sus detalles). En sí misma la serie tiene un aura particular, como una llama que no se deja apagar y que cada vez se hace más fuerte. Siendo bastante precisa en aquello que desea transmitir, crea recorridos y momentos inolvidables.
Plasmando el costo, riesgo y esfuerzo de perseguir una pasión, carga con una fuerte emotividad que interpela no solo al rubro del baloncesto, sino a cualquiera fuera de lo tradicional. Una de esas series construidas desde el cariño no solo de contar historias, sino también de lo que hay detrás de aquello.